James Joyce

James Augustine Aloysius Joyce, más conocido como James Joyce, fue un escritor irlandés mundialmente reconocido como uno de los más importantes e influyentes de la literatura del siglo XX. Joyce es un representante destacado del genero literario denominado modernismo anglosajón. Pasó la mayor parte de su vida fuera de Irlanda, pero siempre estuvo muy apegada a ella, en especial a su capital, Dublín. También estuvo fuertemente enemistado con la iglesia católica de Irlanda y dicho enfrentamiento lo plasmó a lo largo de su vida en sus obras.
James Joyce escribió un gran número de obras literarias, destacando principalmente Ulises y Finnegans Wake, aunque también tiene muchas otras muy bien valoradas como Dublineses o Retrato del artista adolescente.

Dublineses

Dublineses es una recopilación de 15 relatos cortos escritos por James Joyce y publicados en 1914. La intención de esta obra es la de mostrar de una manera realista y naturalista la situación en la que vivían las clases bajas y medias en Dublín, las cuales estaban sometidas secularmente al Imperio británico y a la Iglesia católica, siendo el fin último del libro de indole moral. Fue escrito en una época donde el nacionalismo irlandés estaba en su máximo esplendor e imperaba en Irlanda una busqueda de identidad nacional que se terminó viendo reflejada en la declaración de independencia en julio de 1921. Estos relatos ayudan al lector a entender la situación por la que estaba pasando la población irlandesa, pues reflejan algunos de los diversos conflictos que estos sufrían durante su vida diaria en Dublín.

Mulligan Pub

Cuento I: Las hermanas

El viejo Mr. Cotter, mientras fumaba una pipa junto al fuego, había anunciado que el padre Flynn había fallecido. Su tío le explicaba a Mr. Cotter que su sobrino, el cual estaba cenando la comida que su tía le había servido, y Flynn, habían sido muy buenos amigos. Tras escuchar este relato Mr. Cotter anuncio que era malo para los niños relacionarse con gente así pues eran muy impresionables. Al chaval no le sentaron nada bien estos comentarios pero se resigno a decir nada y se fue a dormir, no sin antes soñar con el muerto.
A la mañana siguiente el muchacho llegó a la casita de Great Britain Street donde vivía el padre Flynn, aquí vió el letrero de su muerte el cual le convenció de que había muerto de verdad. Tuvo que contenerse para no entrar dentro de la trastienda donde solía verlo y le molestó que cuando se iba caminando sintiera una extraña sensación de libertad gracias a la muerte de Flynn, el hombre que le había enseñado tanto.
Por la tarde su tía lo llevo al velorio donde encontraron a Nannie y entraron para ver al fallecido. Al salir de la sala y entrar a un cuartico encontraron a Eliza, la cual junto con su tía mantuvo una conversación sobre el padre, lamentando su muerte y recordando todo por lo que habían pasado, desde el esfuerzo que realizaron para cuidarle hasta lo escrupuloso que era con su trabajo.

Cuento II: Un encuentro

Fue Joe Dillon quien les enseñó el Lejano Oeste y todas las tardes solían salir a jugar a los indios en el patio de su casa, pero siempre ganaba Dillon por ser más grande que ellos. Sin embargo, había a quienes les gustaban más las novelas de detectives americanos, aunque independientemente del género de la novela, todas circulaban en secreto por la escuela. Un día el padre Butler pilló a Dillon con un cómic y le riñó tan severamente que todo el ambiente de la clase cambió.
El tiempo pasaba y las vacaciones de verano estaban a punto de doblar la esquina, pero Joyce quería saltarse al menos un día de clase, así que junto a Joe Dillon y Mahony acordaron una escapada. Primero hicieron una recolecta de seis peniques cada uno y decidieron reunierse al día siguiente en el puente del canal. Joyce durmió mal aquella noche, pero fue el primero en llegar, pues era el que vivía más cerca del puente. Estuvo diez minutos esperando hasta que apareció Mahony, pero tras quince minutos sin ninguna señal de Dillon, decidieron irse sin él. Caminaron por North Strand Road y Mahony se puso a jugar a los indios y a pelarse con unos niños. Luego llegaron a La Plancha y posteriormente al río, donde observaron las grúas y diferentes maquinarias. A medio día llegaron a los muelles y se compraron dos grandes panes de pasas con los peniques, se fueron a unas tuberías de metal junto al río y procedieron a comerselos. Tras un rato pagaron para cruzar el río Liffey en una barquita junto a dos obreros y un judío. Continuaron caminando por la ciudad y visitaron diferentes sitios hasta que se dieron cuenta de la hora y entendieron que no podrían seguir descubriendo lugares, entre ellos el Palomar.
Debían estar de vuelta antes de las cuatro para no ser descubiertos pero aún tenían un poco de tiempo para descansar. Se echaron en la falda de la loma para relajarse justo cuando un hombre mayor, desganado, se acercaba por uno de los lados. Les saludo y se sentó junto a ellos, comenzó a hablar del pasado y de como añoraba su juventud, se alegraba cuando hablaba de libros y mencionó que todos los jovenes tenían muchas novias cuando eran pequeños, estas ideas liberales sorprendieron a Joyce pues las estaba escuchando de un anciano. Tras un rato de monólogo el señor se marchó pero regresó a los pocos minutos, en ese momento Joyce le informó a Mahony que si el hombre les preguntaba los nombres dirían que se llaman Murphy y Smith. El hombre regresó y Mahony se fue corriendo a perseguir un gato que se le había escapado antes, la actitud del anciano cambió radicalmente y decía que Mahony merecía una buena paliza para corregir su actitud. Las ideas liberales que mencionó antes las debió de haber olvidado, pues ahora solo hablaba de corregir a los niños si eran gamberros o hablaban con muchachas, y que para ello se debía usar la fuerza. Joyce esperó a que hiciera una pausa en su monólogo para ponerse de píe mientras disimulaba atarse un zapato, posteriormente, con la excusa de que se tenía que ir, subió la cuesta tranquilamente y llamó a "Murphy" dos veces, hasta que este le escuchó y regresó corriendo al lugar donde estaba él.

Cuento III: Arabia

North Richmond Street es una calle tranquila, excepto cuando salen los alumnos de la escuela de los Hermanos Cristianos. El anterior inquilino de su casa, un cura, había muerto y había dejado todo su dinero para obras del país y sus muebles para su hermana. Llegó el invierno y los niños salían a jugar por la calle. Al regresar veía a la hermana de Mangan y se quedaba en la reja para observarla, su hermano se solía burlar de ella antes de hacerle caso. Todas las mañanas se tiraba al suelo de la sala delantera para vigilar su puerta y para que no le descubriera se escondía con las cortinas, su corazón daba un vuelco cada vez que la veía. Agarraba los libros y la seguía para no quedarse atrás, nunca habían hablado pero su nombre era un reclamo para su sangre alocada.
Una noche lluviosa se fue a la sala donde murió el cura y entabló una conversación con su enamorada, ella le preguntó si iba a ir a Arabia, pues sería una feria fabulosa, pero ella no podría ir pues había retiro en el convento. El dijo que si iba le traería alguna cosa de recuerdo.
Desde entonces su imagen ocupaba su memoria, comenzó incluso a aborrecer el estudio. Pidió permiso para ir a la feria el sábado a la noche y su tía se sorprendió mucho. El sábado le recordó a su tío que quería ir a la feria y este le contestó que ya lo sabía de manera agria. Al regresar de la escuela tuvo que esperar hasta las nueve, pues a esa hora regresó su tío, y en medio de la cena le pidió dinero para la feria, pero este se negó, y no fue hasta que su tía intervino que no pudo recibir el dinero. Salió de casa y se montó en el tren, que estaba vacio. Llegó a las diez menos diez y observó que todas las tiendas estaban cerradas, pensó que no encontraría ninguna abierta y fue caminando hacia el centro de la feria. Aún quedaban algunos estanquillos abiertos, se dirigió hacia uno de ellos y observó el producto, la joven dependienta estaba hablando con dos muchachos y al ver que se acercaba fue a atenderle, pero su tono no era alentador, sino que parecía que lo hacia por deber. No compró nada, salió y se quedó un rato junto al estanquillo, después caminó por el centro del bazar. Se escuchó una voz diciendo que iban a apagar las luces y levantó la vista hacia la oscuridad, sus ojos ardieron por angustia y rabia.

Cuento IV: Eveline

Eveline estaba sentada en su ventana viendo pasar la noche. Recordaba que en otro tiempo aquella calle era diferente, hasta que alguien de Belfast compró el solar y construyó casas. Por aquel entonces todos jugaban y eran felices, su madre aún estaba viva. En la actualidad su madre ya no vivía, incluso varios amigos suyos habían muerto también, pero ahora ella se iría lejos de ahí, lejos de su hogar paterno. En su casa había un techo y comida, ahora le tocaría trabajar duro para sobrevivir, pero no estaría sola, su novio la acompañaría. Planeaba casarse con él en un país lejano, ahí la gente la respetaría. Ahora, con veinte años, aún se sentía amenazada por la violencia de su padre, él cambió desde la muerte de su madre, Eveline entregaba todo su sueldo a su padre y su hermano Harry mandaba lo que podía, pero su padre no le daba nada de dinero, pues según él, lo malgastaría, solo se lo entregaba para hacer la compra. Su trabajo era duro, cuidar la casa y dos niños que estaban a su cargo, pero eso pronto se iba a terminar. Se iba a ir con Frank en un barco a Buenos Aires y serían muy felices, aún recuerda muy bien cuando le conoció, era tan atento que le hacía sentir en las nubes cuando estaba junto a él. Frank le contaba historias, le contaba los lugares que había visitado, los mares que había navegado, él fue quien destacó Buenos Aires. Ella estaba enamorada.
Naturalmente su padre terminó descubriendo el noviazgo y lo prohibió, alegando que conocía muy bien a los marineros y a los de su calaña. Un día, su padre y Frank llegaron a discutir. Ella tenía que verlo en secreto, pero ya no más. Había escritó dos cartas, una para Harry, aunque su hermano favorito siempre fue Ernest, y otra para su padre, sabía que le echaría de menos, a veces sabía ser agradable. Recordó algunos buenos momentos con su padre y la promesa que le hizo a su madre, debía sostener la casa cuanto pudiera, pero ya no podía más, tenía que escapar, escapar con Frank, también tenían derecho a ser felices.
Ambos esperaban en la estación de North Wall. Él cogía su mano y le decía algo del pasaje, pero había mucha gente y no pudo entenderle bien. Vió el barco, si se iban ahora, mañana estaría con Frank en pleno mar, no podía echarse atrás ahora, y menos aún después de todo lo que hizo Frank por ella. Tuvo nauseas. Él cogía su mano y le decía que subiera, ella se agarró a la barandilla con fuerza y se soltó de él. Frank le llamaba angustiado, le pedía que fuera con él, ella lo miró con cara lívida y pasiva, su mirada no tuvo para él ningún vestigio de amor o de adiós o de reconocimiento.

Cuento V: Después de la carrera

En lo alto de la loma, en Inchicore, los espectadores vitoreaban los carros que venían volando hacia Dublín, apoyaban especialmente los carros azules, pues eran de sus amigos los franceses, quienes eran los supuestos ganadores. En uno de aquellos autos venía un grupo de cuatro jovenes, el dueño del carro Charles Ségouin, el electricista canadiense André Rivière, el hungaro Villona y Jimmy Doyle. Los dos primeros estaban de buen humor por la victoria francesa y porque ambos, que eran primos, habían encontrado trabajo en un negocio de automóviles, Villona también estaba de buen humor, pues había almorzado una comida muy buena y era optimista por naturaleza, pero Doyle estaba tan excitado que no estaba verdaderamente contento.
El padre de Doyle había comenzado un negocio en una carnicería en Kingstown, y al mudarse a Dublín abrió otra carnicería donde multiplicó su fortuna y consiguió otros negocios que lo terminaron apodando el príncipe de mercaderes. Envió a Doyle a educarse en un colegio católico en Inglaterra y posteriormente a la universidad de Dublín a estudiar derecho, pero este no era buen estudiante y sacaba malas notas, y solía gastar su dinero y tiempo en música y automóviles. Lo enviaron un trimestre a Cambridge, donde conoció a Ségouin, quien había visto mucho mundo y era dueño de uno de los mayores hoteles de Francia, también conoció a Villona, un divertido pianista pobre.
Jimmy Doyle estaba excitado no solo por la velocidad con la que habían conducido, también por las grandes figuras que había conocido y la gran suma de dinero que tenía a mano, pues el, a diferencia de Ségouin, sabía muy bien lo que costaba reunir esa fortuna, por lo que consideraba todo aquel asunto como una cosa seria. Al final del día la inversión era buena, y no solo Ségouin lo consideró un buen negocio, su padre también lo hizo.
Bajaron por Dame Street y, Jimmy, junto con Villona, se bajaron para vestirse y prepararse, pues ese día comerían los cuatro en el hotel de Ségouin. Cuando llegaron a casa de Jimmy y se vistieron, su padre se sintió muy orgulloso de su hijo, y se considero la comida que iban a tener como un evento solemne. Cuando llegaron al hotel se pusieron a comer, Ségouin tenía un gusto refinadísimo con los alimentos. El grupo aumentó con un joven irlandés llamado Routh. Jimmy admiraba como su anfitrión manejaba la conversación, aunque cuando se adentraron en la política hubo riesgo de que corriera un pique personal entre los integrantes, pero Ségouin lo consiguió controlar. Por la noche los cinco jovenes salieron y se encontraron con un gordo americano llamado Farley, el cual era amigo de André. Se montaron en un auto y fueron a la estación donde cogieron un tren con el cual salieron de Kingstown, posteriormente cogieron un bote y remaron hasta el yate del americano. Villona tocaba música mientras el resto bailaban, después se sirvió la cena y bebieron, jugaron a las cartas y apostaron. Tras muchos juegos ganó Routh, Farley y Jimmy eran buenos perdedores. Jimmy había firmado muchos pagarés, sabía que al día siguiente se arrepentiría, pero por el momento solo descansó hasta el amanecer.

Cuento VI: Dos galanes

Los comercios estaban cerrados por el descanso dominical, la tarde de agosto había caido y la multitud paseaba alegremente. Dos jovenes, Corley y Lenehan, bajaban la cuesta de Rutland Street, Lenehan tenía fama de sanguijuela, pero su destreza y elocuencia evitaban que sus amigos la tomaran con él. Lenehan le preguntó a Corley cuando conoció a su nueva novia, este le dijo que la vio una noche bajo el reloj de Waterhouse, en Dame Street, y se acercó a hablar con ella, lo que desembocó en que terminaran quedando para tener una cita el domingo. Al parecer la muchacha tenía un novio lechero y Conley se aprovechaba de eso, recibiendo billetes para el tranvía gratuitos, pues lo pagaba ella, y cigarrillos todas las noches, y eso que la chica no sabía ni su nombre, solo creía que Conley era de buena familia y que se casaría con ella.
Corley era el hijo de un inspector de policía y había heredado su porte, actualmente se encontraba en paro y se le solía ver hablando con policias de paisano, pues sabía donde se encontraban los meollos de todos los asuntos. También era un egocentrista, solo hablaba de él mismo sin escuchar a los demás.
Tras un tramo donde pasearon sin hablar, regresaron a la anterior conversación, al parecer Conley sabía que la mujer estaba loca por él y la comparaba como una criada a sus pies. Tenía una gran experiencia con mujeres, de más joven solía salir con las que eran de una menor clase social y él pagaba todo, aunque de vez en cuando valía la pena aquel gasto, Lenehan lo sabía también. Una de las muchachas con quien estuvo Conley y de la cual obtuvo recompensa ya había estado con otros antes, era una traidora, un día la vio en Earl Street con dos hombres en un coche. Lenehan le preguntó si iba a poder hacerlo con la que acababa de conocer, Conley no contestó, ella era muy decente en ese aspecto y eso lo apreciaba, además, se sabía todos sus trucos, solía hacerla esperar un poco para ponerla más nerviosa. Ambos hombres bajaron por Nassau Street y continuaron caminando en silencio hasta llegar a Stephen's Green, desde donde pudieron ver a la muchacha. Conley le dijo a Lenehan que se iba a acercar a hablar con su cita, que el pasara discretamente para que pudiera verla, y a las diez y media se encontrarían de nuevo en la esquina de Merrion Street.
Lenehan esperó varios minutos y después pasó caminando, saludo con el sombrero y Conley devolvió el saludo vagamente, había visto a la mujer y la aprobaba. Cuando llegó al hotel Shelbourne se detuvo, desde ahí comenzó a seguir a la pareja durante un rato, después decidió dar una vuelta solo, se sentía desmotivado, como si su alegría le hubiera abandonado. Paseó un rato entre las calles y terminó entrando en una fonda para pedir una ración de chícharos y una cerveza de jengibre. Al terminar de comer, se quedó pensando en Conley y su chica, se sintió peor, en noviembre cumpliría 31 años y aún no tenía con quien sentar la cabeza, ni siquiera tenía casa propia, por suerte aún le quedaba algo de esperanza, solo necesitaba una muchacha buena y simple. Pagó los dos peniques y medio que debía y se fue del establecimiento, paseó un rato más y cerca del Ayuntamiento encontró a dos amigos con los que conversó un rato. Cuando se acercaba la hora se despidió y se acercó al lugar acordado, esperó demasiado tiempo, incluso llegó a pensar que Conley le habría dado el esquinazo, pero al final los vio venir hacia él. La pareja se acercaba lentamente, no se hablaban, Lenehan sabía que Conley no lo iba a lograr, la pareja llegó hasta una casa y la chica entró. Conley se quedó esperando, tras unos minutos una mujer salió y fue hacia él, posteriormente la mujer volvió a entrar en la casa. Conley se fue y Lenehan se apresuró a alcanzarle, caminaron un rato y le preguntó si había tenido suerte, pero Conley le estaba ignorando, eso molestó a Lenehan y le volvió a preguntar. Conley se detuvo y, sonriendo, abrió la mano, dejando ver una moneda de oro.

Cuento VII: La casa de huéspedes

Mrs. Mooney, una mujer determinada, era hija de un carnicero. Se casó con el dependiente de su padre y habrieron juntos una carnicería cerca de Spring Gardens, pero al morir su suegro, todo cambió. Su marido comenzó a beber, se peleaba con su mujer, arruinó el negocio y un día se separaron. Gracias al cura ella consiguió la custodia de sus hijos, Jack y Polly, y con el poco dinero que tenía abrió una casa de huéspedes en Hardwicke Street, la cual gobernaba con firmeza y sus clientes la llamaban "la Matrona". Jack tenía reputación de ser un caso especial, mientras que Polly, de tan solo 19 años, era considerada una belleza.
Su madre puso a Polly a cuidar de los clientes jovenes, los cuales pagaban quince chelines a la semana por un cuarto y comida, así que su labor era atenderlos correctamente. Mrs. Mooney sabía que ellos solo querían pasar un rato con su hija, pero también sabía que ninguno tenía intenciones formales. Pasó un tiempo y, antes de que su madre decidiera mandarla de nuevo a trabajar de mecanógrafa, trabajo de la que la había retirado anteriormente debido a que su marido solía aparecer con la excusa de visitar a su hija, se dio cuenta de que Polly tenía algo con uno de los clientes. Una noche, Mrs. Mooney, decidió intervenir, así que llamó a su hija y le sonsacó lo que estaba ocurriendo. Al parecer, Mr. Doran, un cliente de unos 34 años, se había aprovechado de la juventud e inexperiencia de su hija, y eso la convertía a ella en una madre ultrajada, por lo que exigía el matrimonio entre su hija y él caballero para reparar el honor.
Mr. Doran era un hombre serio, para nada mujeriego o parrandero, lo que le facilitaba mucho la tarea de convencerlo, además, estaba tan avergonzado que casi parecía satisfecho al ver que tenía un método para compensar el daño. Sin embargo, había un problema, la familia del hombre no aceptaría de buena gana aquel matrimonio, pues el padre de Polly tenía mala fama y la casa de huéspedes comenzaba a ganarse la suya, además, ella era un poco vulgar, ya podía imaginarse a sus amigos riendose del asunto, no sabía si debía amarla o despreciarla, sin contar que él aún no quería casarse.
La mañana del domingo Polly fue llorando a su habitación y le contó a Mr. Doran lo que le dijo a su madre la noche anterior. No todo fue culpa de él, ella también llevaba un tiempo provocandole, le llevaba la comida caliente y llamaba de vez en cuando a su puerta por las noches para encender su vela con la de él, a veces se besaban, se acariciaban, estaban solos en una casa dormida. Ella era atenta, siempre le tenía preparado su vasito de ponche por las noches, quizas pudieran ser felices los dos juntos. Mary, la criada, les interrumpió para avisarles que la señora de la casa exigía verle. Polly se quedó llorando y Mr. Doran la consoló antes de bajar a verla. Mientras bajaba por las escaleras vió las caras de su patrón y de "la Matrona", también se cruzó con Jack, quien le saludó friamente y se quedó vigilandole, recordó la vez que Jack se puso agresivo cuando un músico intento ligar con su hermana Polly.
Polly se recompuso, se sentó y se dedicó a pensar en el futuro, eso le dio esperanzas. Pasado un tiempo escuchó como su madre la llamaba, ella preguntó que pasaba, su madre le dijo que bajara pues Mr. Doran quería hablar con ella. Esas palabras la devolvieron a la realidad.

Cuento VIII: Una nubecilla

Habían pasado ocho años desde que despidió a su amigo en la estación de North Wall, desde entonces, Gallaher había terminado su carrera y se había convertido en un hombre exitoso que viajaba mucho. Chico Chandler, apodado así por su baja estatura y su aspecto infantil, solo podía pensar en la invitación que su gran amigo le había hecho, iría a la gran urbe londinense, donde Gallaher vivía. Chandler era una persona modesta, cumplía con su trabajo en King's Inns y miraba por la ventana de su oficina, era tímido, más de una vez le intentó leer un libro que compró cuando era soltero a su esposa pero nunca podía, se consolaba leyendo unos versos para sí mismo. Después del trabajo, fue rápidamente recorriendo las calles de Dublín, observando a sus gentes y apreciando sus detalles hasta que llegó a Capel Street. Comenzó a recordar que ya hace ocho años Gallaher despuntaba respecto al resto, le decían que estaba un poco alocado. Siguió caminando, por primera vez se sentía superior al resto de personas, confirmó que si quería ser exitoso debía largarse de Dublín. Mientras caminaba observó a unos mendigos y la vena artística le picó, quería hacer poesía y quizás su amigo podría publicar sus poemas en su periódico, a cada paso que daba más cerca le quedaba Londres.
Cuando llegó a Corless's y entró, observó a su amigo. Ambos tomaron dos líneas de whisky de malta y comenzaron a hablar. Primero Gallaher le mostró que se estaba quedando calvo y que era complicado ser periodista, pues tenía que buscar las noticias y escribirlas de manera interesante. Continuaron poniendose al día y hablaron acerca de la situación de varios viejos amigos, también Gallaher le aconsejó a Chandler que viajara, pues este solo había visitado la isla de Man. Gallaher le recomendó Londres y París, en especial de París, donde el ambiente es excitante y la gente adora a los irlandeses, Chandler estaba un poco celoso. También le explicó, antes de engatusarle para beber otra ronda, que en realidad todas las ciudades son inmorales en un sentido o en otro, después de eso se fumaron un puro y continuaron hablando. Chandler invitó a Gallaher a su casa, quería presentarle a su esposa, pero este se iba al día siguiente así que no podría en esa ocasión, así que decidieron dejarlo para el año siguiente, firmando la promesa con otra ronda. Antes de irse decidieron tomar una última vez, pero antes de que llegará la bebida Chandler se puso a pensar, afectado por el alcohol y el puro, que era injusto ver como Gallaher se había convertido en alguien más exitoso que él siendo de una menor cuna y cultura, de que su negativa a la invitación era realmente para no humillarle más, él sabía que podía hacer las mismas cosas mucho mejor que Gallaher, pero su timidez se lo impedía.
Chico Chandler ya estaba en su hogar con su hijo dormido en brazos, había regresado tarde a casa y había olvidado traer el paquete de azúcar que su esposa Annie le había pedido que comprara, por lo que se llevó una bronca. En ese momento estaba mirando una foto de su esposa donde llevaba una blusa azul que él le compró hacía un tiempo, le costó diez chelines comprarla, su mujer quería devolverla cuando supo el precio pero tras probarsela le encantó y decidió quedarsela. La imagen le devolvía una mirada fría a Chandler, pensó que había algo mezquino en ella. ¿Por qué se había casado con Annie? ¿Podría irse de su casa? ¿Era tarde para vivir una vida aventurera como Gallaher? ¿Podría irse a Londres? Aún tenía que pagar los muebles, quizás escribir y publicar un libro le ayudara. Comenzó a leer unos poemas de Byron cuidadosamente para no despertar a su hijo. El niño se despertó y comenzó a gritar, Chandler intentó tranquilizarlo pero este no se callaba, sus gritos le perforaban sus timpanos y comprendió que estaba atrapado en esa vida. La rabia le dominó, se inclinó sobre la cara de su hijo y le gritó que parara. El niño calló un instante pero el miedo le provocó que volviera a llorar. Chandler estaba alarmado, si solamente su hijo muriera... Annie entró abriendo la puerta de un golpe y le arrebató al niño mientras le gritaba a Chandler por lo que había hecho, luego se fue con su hijo de la habitación. A Chandler le recorrió la cara la vergüenza y se apartó de la luz, sus ojos comenzaron a llenarse de lagrimas de culpa.

Cuento XIX: Duplicados

El timbre sonó rabioso, el jefe de Farrington le quería ver. Subió hasta el segundo piso y llamó a la puerta de Mr. Alleyne, este le gritó que pasara, el contraste era notorio, mientras que Farrington era alto y fornido, su jefe era un hombrecillo. Le reclamó el no haber terminado una copia de un contrato para las cuatro aunque Mr. Shelly le hubiera dado otras instrucciones, además, si no lo terminaba le daría el caso a otro trabajador. También le reclamó que tardaba mucho en comer. Se quedó pensando en lo fragil que era su jefe, y este, después de un rato, lo echó de su oficina. Bajó y volvió a ponerse a trabajar, pero tenía sed, así que se dirigió a la salida, pero el oficinista jefe le miró, y este mostró que su sombrero estaba en la sombrerera y que no tenía intención de largarse, pero una vez cruzó la puerta, saco una gorra de pastor del bolsillo y se fue furtivamente hasta el establecimiento de O'Neill, donde pidió un vaso de cerveza negra que tomó rápidamente para poder regresar de nuevo a su puesto de trabajo. Cuando volvió, el oficinista jefe le recriminó donde había estado, pues Mr. Alleyne le estaba buscando, al final consiguió regresar a trabajar pero consideraba inutil terminar lo que le pedía su jefe antes de las cinco y media. Recogió la correspondencia de Delacour, a excepción de dos cartas, esperaba que su jefe no lo notara, y las deposito en el escritorio de su jefe, luego regresó a trabajar pero el oficinista jefe le metía presión diciendole que nunca terminaría a tiempo. Al final la hora de salida se acercaba y aún le quedaba mucho trabajo, su jefe y Miss Delacour se acercaron y este comenzó a gritarle, pero Farrington le contestó, hasta Miss Delacour se empezó a reir. Mr. Alleyne golpeó a Farrington y le amenazó con despedirlo si no se disculpaba.
Se quedó esperando a ver si el cajero salía solo, al final si se había disculpado, pero sabía que su vida sería un infierno a partir de ese entonces, recordó como Mr. Alleyne le hizo la vida imposible a Peakecito para colocar en su puesta a su sobrino. Quería ir al bar de nuevo pero ya había gastado su último penique en la negra que se tomó antes. Recordó la casa de prestamos de Terry Kelly en Fleet Street y se dirigió a empeñar su reloj con paso rápido. Había ganado seis chelines, se dirigió hacia el bar pensando en como les contaría lo que le había sucedido con su jefe a sus amigos. Encontró a Flynn en su rincón de siempre en Davy Byrne's y le contó su historia mientra bebían, más tarde llegaron O'Halloran y Paddy Leonard, a quienes repitió su historia nuevamente. Siguieron bebiendo y contando anecdotas similares hasta que llegó Higgins y recreó la situación que les contó Farrington para que el grupo se riera. Abandonaron el local, Higgins y Flynn se fueron por la izquierda y los otros tres tomaron otra dirección hasta llegar a la Scotch House. Leonard les presentó a un joven acróbata llamado Weathers y se pusieron todos a beber y a hablar acerca de teatro, invitando cada uno a una ronda. Weathers les invitó a ir tras bastidores para presentarles a unas artistas pero O'Halloran dijo que, aunque ellos irían, Farrington no podía por ser casado. Al cerrar Scotch House dieron una vuelta y siguieron bebiendo, conocieron a dos mujeres y Farrington miraba a menudo a una de ellas que le parecía guapa, pero ella lo ignoró. Maldijo su escasez de dinero y haber pagado tantas rondas al gorrista de Weathers. La conversación torno a la fortaleza física desencadenando en que Weathers y Farrington hicieran un pulso, al final compitieron dos veces, las dos las ganó Weathers, eso enfureció más a Farrington.
Esperaba al tranvía enfurecido y humillado, ni siquiera había podido emborracharse y solo le quedaban dos peniques, no sabía por qué había empeñado el reloj, hasta perdió su reputación de fuerte contra un mocoso. Se bajó del tranvía en Sheldbourne Road y se dirigió hacia su hogar, lo odiaba. Cuando entró en su casa la observó vacia y con el fogón casi apagado. Su mujer Ada no estaba, ella lo maltrataba si estaba sobrio y él la maltrataba cuando estaba borracho. Uno de sus cinco hijos, Tom, lo recibió y le informó que su madre estaba en la iglesia. Farrington preguntó si tenía comida y el niño se ofreció a hacersela, pero su padre, enfurecido, le acusó de haber dejado que se apagara el fogón y, sacando un bastón de detrás de la puerta, comenzó a golpearlo salvajemente mientras ignoraba sus suplicas.

Cuento X: Polvo y ceniza

La supervisora le dio permiso para salir cuando terminaran el té las muchachas. María era una persona minúscula con una barbilla y una nariz muy largas, todo el mundo la adoraba por ser una gran persona que pacificaba las disputas del resto. Saldría antes de las siete y llegaría antes de las ocho, miró el bolso que Joe le había regalado y ya tenía ganas de verlo, solo esperaba no encontrarlo borracho. A menudo le pedían irse a vivir con ellos, después de la separación le consiguieron un puesto en la lavanderia., cambió su opinión sobre los protestantes y tenía bien cuidadas sus plantas en el invernadero. Cuando terminarón el té, se cambió y se dirigió al tranvía, ahí tuvo tiempo para pensar y llegó a la conclusión de que era mejor ser independiente y tener tu propio dinero, aunque también le dio pena que Joe y Alphy no se hablaran. Se bajó del tranvía y entró en la pastelería de Downes's, pero había tanta gente que se demoraron mucho en atenderla, compró una docena de queques, posteriormente entró en una tienda de Henry Street y compró un buen pedazo de pastel de pasas. Subió al tranvía de nuevo y un señor mayor le hizo un hueco para que que se sentara, estuvo conversando con él hasta que llegó a su destino.
Todo el mundo se alegró cuando la vieron entrar, ella entregó los queques a los niños, pero cuando fue a darles el pastel a los padres se dió cuenta que no lo llevaba encima, los buscó y preguntó si alguien se lo había comido, pero al final se llegó a la conclusión de que se lo había dejado en el tranvía. Joe dijo que no pasaba nada y estuvó un rato hablando con María, luego Mrs. Donnelly tocó el piano para que bailaran los pequeños y las vecinas repartieron las nueces. La conversación entre Joe y María tornó hacia el tiempo pasado, así que pensó que debería de hacer algo en favor de Alphy, pero Joe se cabreó y María lamentó haber sacado el tema, hasta casí hubo una pelea entre los padres acerca del asunto. Las vecinas habían preparado juegos de Vísperas de Todos los Santos y regresó la alegría en la casa. Jugaron mucho y se rieron más, bailaron y bebieron, todos trataron muy bien a María, en especial Joe. Al final, los niños estaban muy cansados y Joe le pidió a María que les cantara una de sus viejas canciones, todos le insistieron tanto que María se paró junto al piano y canto Soñe que habitaba. Todos fueron muy felices.

Cuento XI: Un triste caso

Mr. James Duffy residía en Chapelizod para poder alejarse de la capital, odiaba todo lo que participara del desorden mental o físico. Tenía un aire robusto y caminaba erguido con un bastón de avellano, aunque no había nada de duro en sus ojos. Había sido cajero durante años en Baggot Street y solía comer en una casa de George's Street donde se sentía a salvo de la juventud de Dubín, por las noches, solía pasear por los suburbios o mataba el rato sentado junto al piano de su casera, le encantaba Mozart y no era extraño verlo en la ópera. No tenía amigos, ni religión, ni credo, solo respetaba las costumbres por honor a la dignidad ancestral. Una noche se hallaba sentado junto a dos señoras en la Rotunda, una de ella le habló y comenzaron a conversar, se fijó que la otra mujer era su hija, un año más joven que él. La encontró unas semanas más tarde en un concierto en Earlsfort Terrace y comenzaron a intimar, mencionó un par de veces a su esposo, un capitán de un buque mercante, pero no parecía nombrarlo en tono de aviso, también tenía una hija. Tras encontrarla una tercera vez encontró valor para pedirle una cita, a partir de entonces comenzaron a verse más seguido, siempre por las noches y en las calles más calladas. A Mr. Duffy no le gustaba la idea de verse siempre furtivamente y la obligó a invitarlo a su casa, a Mr. Sinico, el marido, no le importaba, pensaba que las visitas estaban relacionadas con la mano de su hija, pues había eliminado tan francamente a su esposa de su elenco de placeres que creía imposible que alguien se interesara por ella. Como el esposo solía estar de viaje y la hija debía dar unas lecciones de música, solían tener mucho tiempo para disfrutar de la compañía del otro. Al final, pasaron tanto tiempo junto que sus vidas comenzaron a ligarse y aprendieron más el uno del otro, ella se volvió su confesora.
Una noche ella agarró su mano apasionadamente y la apretó contra su mejilla, el se sorprendió mucho y comprendió la interpretación que ella había dado a sus palabras. Dejó de visitarla por una semana, luego le envió una carta para poder quedar con ella. Tras tres horas de vagar por los senderos de un parque en otoño, acordaron romper los lazos, pues estos solo causan dolor. Cuando se dirigían al tranvía ella comenzó a temblar y, por miedo de que ella convulsionara, Mr. Duffy se despidió rápidamente y se largo. Durante cuatro años regresó a su vida normal, aunque evitaba ir a conciertos para no encontrarse con ella. Una noche que se encontraba cenando, se le cerró el apetito después de leer una noticia en un diario, la leyó varias veces y salió del local, regresó a su casa, volvió a leer la noticia, Mrs. Emily Sinico había fallecido cuando el tren de Kingston la había arrollado cuando esta cruzaba las vías. En las declaraciones se descubrió que la mujer, desde hace un par de años, había tomado la costumbre de salir por las noches, comprar bebidas espirituosas y mantenía una actitud destemplada en casa, tampoco había sido la primera vez que se la veía cruzar por la vías, no se culpó a terceros. Dejó el diario, toda narración acerca de su muerte lo asqueaba, se imaginó que su mano tocaba la suya, su estómago se cerró y los nervios comenzaron a atacarle. Salió de casa, el frió lo recibió en la calle y fue hasta un pub a pedir un ponche caliente, miraba a unos obreros sin verlos ni oirlos, pidió otro ponche, todo estaba muy tranquilo. Estaba sentado, revivió su vida con ella, ahora ella estaba muerta, se preguntó que podía haber hecho, hizo lo que consideraba mejor, ¿acaso era su culpa? Ahora que no estaba se dió cuenta de lo solitaria que fue su vida, así era la suya, ¿alguien se acordaría de él cuando estuviera muerto? Eran más de las nueve cuando dejó el pub, caminó por el parque, por los senderos que recorrió junto a ella, creyó sentir su voz, creyó sentir su mano. ¿Por qué le nego la vida? ¿Por qué la condenó a muerte? Cuando llegó a la cima de Magazine Hill miró hacia abajo, vió parejas, esos amores furtivos lo desesperaban, un ser humano lo había amado y él le negó la felicidad y la vida, nadie lo quería. Vió a lo lejos un tren que iba en dirección a Kingsbridge, pronto lo perdió de vista, pero todavía zumbaba en su oido el ruido de la locomotora susurrando su nombre. Regresó lentamente, ya dudaba de la propia realidad y de lo que su memoria le decía. Trato de oir su voz y sentirla de nuevo, pero nada, la noche era de un silencio perfecto, sintió que se había quedado solo.

Cuento XII: Efemerides en el comité

El viejo Jack estaba viendo como se apagaba el carbón, a su lado estaba Mr. O'Connor liando tabaco. Mr. O'Connor había sido contratado por Tierney para hacer campaña, pero por culpa del clima se pasaba gran parte del tiempo sentado junto al fuego en el Comité de Barrio de la calle Wicklow. Con la tira de una tarjeta electoral prendió su cigarrillo y comenzaron a hablar de la crianza de sus hijos, el de Jack era un borracho. Un rato más tarde Mr. Hynes abrió la puerta y entró, comenzaron a hablar, al parecer había varias personas que no habían pagado, aunque una de ellas era un trabajador honesto, la clase obrera era quien recibía patadas en lugar de pesetas. Mr. Hynes comunicó que había quienes se preparaban para recibir al monarca Eduardo, al parecer Tierney iba a votar a favor de la bienvenida. En ese momento entró agilmente Mr. Henchy y les puso al día de lo que había hecho y averiguado acerca de posibles votos, estaba cabreado con Tierney. Mr. Hynes se rió de los comentarios que soltaba Mr. Henchy, posteriormente se despidió y se marchó. Tras marcharse Mr. Hynes, Mr. Henchy replicó que consideraba a este un espía del otro bando y sospechaba de él, aunque Mr. O'Connor lo consideraba un tipo decente. Llamaron a la puerta, Mr. Henchy observó que era el padre Keon y le ofreció entrar, pero este se negó, estaba buscando a Mr. Fanning por un asunto de negocios, le dijeron que estaba en el Águila Negra y se marchó. Comenzaron a charlar todos de nuevo acerca de lo que harían si Mr. Henchy tuviera un puesto privilegiado. El viejo Jack mencionó que hablando con Keegan, el portero del ayuntamiento, había descubierto que a los nuevos cargos que se avecinaban en Dublin les gustaba vivir la buena vida. Entró un chico y dejó unas botellas, antes de irse Mr. Henchy le pidió que fuera a casa de O'Farrell a pedir prestado un tirabuzón, el mozo dejó la cesta donde había llevado las botellas y fue a hacer el recado, cuando regresó le ofrecieron una botella y este se la bebió antes de irse con el tirabuzón. Todos bebieron de sus botellas y volvieron a hablar, al parecer Crofton no valía como sargento político, en ese momento Crofton entró junto a Lyon y bromearon con Mr. Henchy. Pidieron dos botellas pero como no tenían tirabuzón Mr. Henchy les enseño un truco para abrir las botellas con el fuego. Crofton estaba en silencio porque no tenía nada que decir y los consideraba inferiores, lo habían contratado para trabajar para Tierney. Regresaron a hablar sobre como Mr. Henchy y Crofton habían conseguido votos aquel día y opinaron sobre la situación del discurso de bienvenida al rey, a Mr. O'Connor no le convencía, pero Mr. Henchy le mencionó que su visita podía ser muy positiva para los irlandeses, pues el monarca podía invertir en el país. Además, el rey Eduardo, a diferencia de su madre, se había digando a visitar a los irlandeses para comprenderlos mejor. El resto de los oyentes estaban de acuerdo con estas palabras, pero aún así dudaban, era el aniversario de la muerte de Parnell. Hubo una época donde Parnell estuvo listo para dirigirlos y consideraban una falta de respeto hacia sus ideales darle la bienvenida al monarca. Todos respetaban a Parnell, hasta los conservadores, más aún ahora que estaba muerto. Estaban recordando acerca de Parnell justo cuando entró Mr. Hynes, el había sido un verdadero seguidor del difunto, el más fiel de los ahí presentes, le pidieron que recitara una pieza que escribió en su honor, Mr. Hynes no sabía a cual se referían pero no tardó mucho en recordarla. Mr. Henchy pidió silencio, Mr. Hynes se aclaró la voz y recitó el poema que compuso en honor a Parnell cuando este falleció el 6 de octubre de 1891. Al terminar, se sentó sobre la mesa, todos aplaudieron y Crofton opinó que era una fina pieza literaria, volvieron a beber de sus botellas.

Cuento XIII: Una madre

Miss Devlin se transformó en Mrs. Kearney por despecho, antaño era una joven que apenas pudo hacer amigas pero tenía grandes modales y unas pulidas habilidades musicales, las familias de los pretendientes admiraban estas cualidades pero ella no estaba interesada en ellos, al final se caso con Mr. Kearney, un botinero mucho mayor que ella. El era sobrio, frugal y frio, sin embargo, prefería eso a los anteriores pretendientes. No echó a un lado sus ideas romanticas y se centró en ser una buena esposa, por su parte, él siempre estaba atento a lo que hacía ella para satisfacerla, también era un padre modelo, costeó los estudios de sus dos hijas y gracias a él recibieron una dote de cien libras al cumplir veinticuatro años, a Kathleen, incluso la mandó a un convento donde aprendió frances y música. Cuando el irlandés comenzó a llamar la atención, Mrs. Kearney aprovechó para entregarle a su hija un maestro de lengua irlandesa, y poco a poco la gente comenzó a afirmar que Kathleen Kearney tenía talento, por lo que no se sorprendió con la propuesta de Mister Holohan. Holohan era vicesecretario de la sociedad Eire Abu y ofreció a Mrs. Kearney que su hija fuera la pianista acompañante de cuatro conciertos que planeaba realizar. Tras un rato de negociación, se redactó un contrato donde Kathleen prestaría sus servicios a cambio de ocho guineas.
Como Holohan era novato en la realización de anuncios y programas, Mrs. Kearney le ayudó. Mister Holohan acostumbraba a pedirle consejos. Mrs. Kearney compró materiales para realizar una pechera al traje de su hija, costo muchisimo, pero valía la pena. Llegó con Kathleen y vió a unos chavales holgazaneando por el vestíbulo, se preguntó si se había equivocado, pero no lo había hecho. En el camerino le presentaron al secretario de la Sociedad, Mr. Fitzpatrick, había muy poca gente y se estaban impacientando porque no empezaba el concierto. Holohan salió a informar que ya se disponían a comenzar, pero cuando regresó le cayó una bronca de Mrs. Kearney donde esta le criticaba que se hubieran programado cuatro conciertos cuando ni siquiera tenían buenos artistas para realizarlos, Holohan se excusó diciendo que el comité había reservado lo mejor para el último, a ella no le gustaba la situación pero se calló. El primer concierto fue un desastre, el segundo si que se llenó, pero no del público deseado, pues las entradas habían sido gratis. Mrs. Kearney estaba furiosa, y fue durante la actuación cuando se enteró que el tercer concierto se iba a cancelar, le preguntó acerca de esto a Holohan pues el contrato que tenían era de cuatro conciertos, pero se le comunicó que se trasladaría el problema al comité, Mrs. Kearney estaba furiosa.
El viernes enviaron niños a entregar volantes para anunciar el concierto del sabado y, aunque Mrs. Kearney se sentía más alentada, le contó sus preocupaciones a su marido y este propuso acompañarla al día siguiente, ella apreció el gesto. La noche del concierto se presentaron los padres y la hija tres cuartos de hora antes, Mrs. Kearney dejó las cosas bajo el cuidado de su marido y se dispuso a buscar a Mr. Holohan y a Mr. Fitzpatrick pero no los encontró. Pidió hablar con algún miembro del comité y apareció Miss Beirne pero no le solucionó nada. Mrs. Kearney regresó al camerino y observó como llegaban los artistas, habló con su marido sobre la situación mientras su hija se relacionaba con una amiga, Miss Healy. Entró Mr. Holohan y Mrs. Kearney se excusó para poder darle alcance, hablaron del contrato y este le dijo que le preguntara a Mr. Fitzpatrick, pero Mrs. Kearney insistió y este le dijo que no era su problema. Mrs. Kearney regresó al camerino alterada, le hablaba a su esposo con tanta vehemencia que este le tuvo que pedir que bajara la voz. Mr. Bell, el primero en el programa, estaba nervioso porque su acompañante no se movía, Mr. Holohan bajó al camerino y entendió lo que pasaba, Mrs. Kearney no permitiría que su hija actuara a no ser que se le pagaran las ocho guineas, el hombre intentó acudir a Mr. Kearney pero este se limitó a mesarse las barbas, tras una breve discusión, Mr. Holohan se marchó. Regresó junto a Mr. Fitzpatrick, este contó hasta cuatro guineas y le informó que obtendría el resto en el intermedio, pero Mrs. Kearney seguía firme en su postura y reclamaba las cuatro restantes. Sorpresivamente Kathleen le dijo a Mr. Bell para salir a actuar y la primera parte del concierto fue un exito. En el camerino Mrs. Kearney se quejaba a su marido de que la habían tratado de una manera escandalosa, que debían de pensar que por tratar con una muchacha podían hacer lo que quisieran, pero ella no se lo permitiría. Mr. Holohan y Mr. Fitzpatrick se acercaron y le informaron que le pagarían después de que el comité se reuniera el martes que viene, pero que si su hija no tocaba en la segunda parte darían el contrato por cancelado. Mrs. Kearney criticó no haber visto nunca al comité, a lo que Mr. Holohan le acuso de haberles tratado mal y que debería tener más decencia, pues era una dama, esto enfureció más a Mrs. Kearney y afirmó que solo defendía los derechos de su hija, posteriormente se mofó de Mr. Holohan y este se marchó. Mrs. Kearney esperó hasta la hora de que comenzara la segunda parte con la esperanza de que los secretarios regresaran, pero como Miss Healy se había ofrecido a actuar, no lo hicieron. La madre cogió a su hija y a su marido y se marcharon, el resto del camerino criticaron la actitud de Mrs. Kearney.

Cuento XIV: A mayor gracia de Dios

Había quedado hecho un ovillo tras caer por la escalera, dos caballeros y un sacristán lo llevaron al piso del bar, estaba desmayado y le sangraba la cabeza por lo que el dueño mando llamar a un policía que entró un momento después. Poco a poco fue despertando, le dieron brandy y comenzó a darse cuenta de la situación. Tras unos minutos llego Mr. Power, quien al ver el panorama, reconoció al hombre de aspecto deplorable como su amigo Tom Kernan y solicitó hacerse cargo de la situación. Lo montó en un coche y le dió una dirección al conductor. Durante el trayecto le pidió explicaciones a Tom, pero este decía que no podía hablar bien, y cuando Mr. Power le revisó la boca observó que la tenía llena de sangre y con un segmento de lengua mordido. Mr. Kernan era un viajante comercial que mantenía una pequeña oficina en Crowe Street, por su parte, Mr. Power era un joven empleado de la oficina de la gendarmería real en Dublin Castle. Power estimaba a Kernan debido a que lo conoció antes de su descenso social. El coche se detuvo en Glasnevin y Mr. Power ayudo a Mr. Kernan a entrar a su casa para que su esposa lo acostara. Al rato Mrs. Kernan regresó a la cocina y comenzó a contarle sus preocupaciones a Mr. Power, pues temía que su marido siguiera empeorando. Antes de irse, Mr. Power le aseguró a la mujer que haría de su marido un hombre nuevo.
Mrs. Kernan recordaba aquellos tiempos cuando se casó con su marido, recordaba a ese hombre jovial que vestía con elegancia y que le había dado tres hijos, hace poco había celebrado sus bodas de plata. Al día siguiente Tom envió una carta a la oficina y se quedó en la cama reposando, su esposa le hizo un caldo de vaca y le regañó como era debido. Unos días más tarde llegaron sus amigos a visitarle, Mr. Power, Mr. M'Coy y Mr. Cunningham habían planeado un complot con Mrs. Kernan, pues Tom, aunque se había pasado al catolicismo al casarse, seguía siendo protestante y la religión era un tema muy importante para la mujer. Comenzaron a hablar del accidente, de la lesión en la lengua y de los tipos que le acompañaban en el bar y desaparecieron cuando se cayó borracho por las escaleras. Siguieron hablando, mencionaron al policía, Tom agradeció la ayuda que recibió en aquella situación y Mr. Cunningham le contó a Mr. M'Coy un cuento de pueblerinos irlandeses. Después de que la esposa les sirviera un aperitivo, los tres amigos comenzaron a hablar entre ellos sobre una quedada que tenían planeada el jueves, dejando a Mr. Kernan fuera de la conversación, cuando este preguntó de que trataba le dijeron que era de un tema espiritual y Tom perdió el interes. Tras un silencio incomodo Mr. Cunningham propuso que él también les acompañara y, tras un largo rato callado y escuchando, decidió que quizas los acompañaría a visitar a los jesuitas para hacer retiro. Siguieron hablando del tema y poco a poco fueron convenciendo aún más a Tom, también le dieron más información acerca del retiro, como que era patrocinado por el padre Purdon. Las opiniones de Mr. Cunningham eran muy estimadas por Mr. Kernan, pues era al que consideraba más sabio de todos y, al ver que tan bien hablaba acerca de las diferentes experiencias vividas con el catolicismo, fue reduciendo su recelo hacia este. Al cabo de un rato la esposa informó de que había llegado Mr. Fogarty con una botella de whisky. Mr. Fogarty se sentó y Mr. Power abrió la botella, tras servir cinco media-líneas de whisky retomaron la conversación acerca de la religión y adulando a diversos Papas historicamente reconocidos. Mr. Cunningham, tras otra ronda de whisky, volvió a hablar acerca de la infalibilidad papal y de como John MacHale se sometió en cuanto habló el Papa, mientras que un cardenal alemán no lo hizo y abandonó la Iglesia. Estas historias conmovieron a los tertulianos y reino el silencio. En ese momento Mrs. Kernan irrumpió en la sala y Mr. Power le anunció que iban a convertir a su marido en un católico como correspondía, y esta decidió ocultar su satisfacción para evitar posibles reacciones de su marido. Mr. Cunningham le recordó a Mr. Kernan que tenía que llevar su propia vela, a lo que este se negó.
La nave mayor de la iglesia jesuita de Gardiner Street estaba casi llena pero no paraban de llegar más personas. Los cinco amigos se encontraban dentro, Mr. Cunningham y Mr. Kernan en un banco, Mr. M'Coy en el banco de detrás, y en el de detrás de este se encontraban Mr. Power y Mr. Fogarty, todos sumidos ante la atmósfera de decoro de la Iglesia. Poco a poco Mr. Kernan fue reconociendo diferentes caras que se encontraban en la zona, lo que le hizo sentirse más cómodo. La congregación cambió de postura y se arrodillaron, seguidos por Mr. Kernan que estaba siguiendo el ejemplo, y solo el sacerdote sobresalía entre la multitud. El padre Purdon se arrodilló y rezó, posteriormente todos se levantaron y escucharon un discurso de las Sagradas Escrituras que recitó con aplomo Purdon, pues dicho texto lo planteó Jesús para aquellos hombres poco religiosos que vivían en el siglo y para el siglo, pues él los entendía. Jesús entendía que todos tenían tentaciones y los comprendía, pero solo exigía una cosa a cambio, que todos sus feligreses tuvieran rectitud y actitud viriles para con Dios, y si tenían que admitir sus fallas, que no tuvieran vergüenza y admitieran la verdad para mejorar.

Cuento XV: Los muertos

Comenzaba el baile anual de los Morkan, toda la familia, viejos amigos, conocidos, integrantes del coro y alumnos acudían. Lily, la hija del encargado, se dedicaba a dar la bienvenida a todos los recién llegados, mientras que Miss Kate y Miss Julia estaban chismeando en el rellano de la escalera. Esto sucedia desde que Kate y Julia, tras la muerte de su hermano Pat, se mudaron junto con su única sobrina Mary Jane a la casa de la isla Usher, hace treinta años. Actualmente Mary Jane era el principal sostén de la casa, pues tocaba el órgano en Haddington Road y poseía una gran cantidad de alumnas, entre las que se encontraban las más adineradas de Kingstown y Dalkey. Por su parte, las tías, aunque ya eran viejas, aun seguian aportando un poco; Julia todavía era la primera soprano de la Iglesia y Kate aún daba clases de música. Para finalizar estaba Lily, la hija del encargado, y se dedicaba a limpiarles la casa y realizar sus mandados. Lo único que no soportaban las ancianas era que les contestaran, pero todos se llevaban bien.
Esa noche estaban un poco tensas, pues eran más de las diez y temían que Freddy Malins pudiera llegar tarde y tomado, lo cual era habitual, pero estaban más preocupadas por Gabriel y su esposa, pues siempre eran puntuales y aún no habían llegado. Un rato más tarde Gabriel y su esposa Gretta Conroy llegaron, lo que fue motivo de una gran alegría por parte de sus tías, las cuales fueron corriendo a darles unos besos para acogerlos en su hogar. Las tías se llevaron a su esposa y Gabriel se quedó quitandose la nieve y limpiando sus zapatos mientras hablaba con Lily, se enteró de que esta ya no iba a la escuela y que tenía rencor por los hombres debido a su novio, lo que provocó que Gabriel se sonrojara al pensar que había metido la pata durante la conversación y le entregó el regalo de Navidad que tenía preparado para ella. Gabriel sacó su nota y se preparó para su discurso, esperaba que fuera de agrado de todos los oyentes, pero en ese instante llegaron sus tías y lo besaron en las mejillas, pues era su sobrino favorito, el hijo de su difunta hermana mayor Ellen. Tras un rato de charla donde se contaron historias graciosas y la tia Kate comunicó que notaba a Lily diferente, Julia anunció que había llegado Freddy. Tía Kate apartó a Gabriel y le pidió que bajara a comprobar si Freddy estaba borracho y, si lo estaba, que no le dejara pasar. Entre tanto la fiesta continuaba dentro, con Mr. Browne dando conversación tanto a jovencitas como a jovencitos, y con Miss Daly, quien había tocado un lindo vals. Al cabo de un rato aparecieron Gabriel junto con Freddy, que como no estaba tan borracho le dejó pasar.
Mary Jane estaba tocando una pieza de piano que Gabriel pensaba que era bastante aburrida, por lo que decidió pasar el tiempo que durara la canción sumergido en sus pensamientos acerca de su madre y su familia. Cuando acabó, alguien organizó una danza de lanceros y a Gabriel le tocó de pareja con Miss Ivors, la cual le criticó de ser un pro-inglés por escribir los miércoles una columna literaria en el Daily Express. Por su parte, Gabriel, aunque sabía que no era así, no se le ocurrió una respuesta que darle, por lo que Miss Ivors tuvo que decirle que era una broma para que se quedara más tranquilo. Durante el baile siguieron hablando y ella le invitó a él y a su esposa a pasar un tiempo de vacaciones en la isla de Arán, pero él se negó debido a que, como hacia todos los años por esas fechas, quedaba con unos amigos para hacer una ruta ciclista por Francia, Bélgica y Alemania. Al escuchar esto Miss Ivors comenzó un interrogatorio para saber porque Gabriel se quería ir de vacaciones fuera de Irlanda, su patria, lo que llamó la atención de muchos otros y puso nervioso a Gabriel, el cual de manera alterada dijo que estaba ya harto de su pais natal, a lo que ella le repitió al oido que era un pro-inglés. Justo después se acercó su mujer y le contó lo sucedido, a lo que ella le pidió que le hacía ilusión volver a Galway de nuevo, pero Gabriel le avisó que él no iría, pero que ella podía ir si quería.
Conforme se acercaba la hora de cenar, Gabriel no podía evitar repasar mentalmente su discurso y pensaba que estaría mucho mejor paseando fuera que ahí, pues no le gustaba la idea de que Miss Ivors estuviera observandole con sus ojos críticos. En un momento escuchó un agetreo que llamó su atención, tia Julia estaba cantando una canción que conmovió a todos los oyentes y, al terminar, recibió numerosos aplausos, en especial de Freddy Malins, Mr. Browne y la tia Kate.
Antes de cenar, Gabriel se encontró a su esposa y a Mary Jane en el rellano de la salida de la sala intentando convencer a Miss Ivors que se quedara a cenar, pero esta alegaba que ya era tarde y, cuando Gabriel se ofreció a acompañarla, esta se negó y se marchó riendo, lo que provocó a Gabriel la duda de si él era la causa de su despedida. Tia Kate salió a buscar a Gabriel para que trinchara el ganso, pues todos estaban esperando, y este no tardó en acudir para servir a los comensales. Las anfitrionas de la casa y Gabriel no paraban de atender a los invitados con tanto fervor que estos se quejaron para que descansaran y cenaran con ellos. Gabriel quedó absorto en su comida y no participó en la conversación que se estaba dando, la cual consistía en hablar sobre la ópera. Al terminar Gabriel de comer, regresaron a servir el postre a los invitados, el cual consistía de un pudín que había preparado tia Julia y encantó a todo el mundo. La conversación giro en torno al Monte Melleray y a como sus huespedes disfrutaban de un maravilloso hospedaje gratuito, aunque solían entregar un donativo antes de marcharse. La conversación se tornó un poco fúnebre, por lo que se aprovechó para guardar silencio y Gabriel comenzó su discurso acerca de la hospitalidad irlandesa y los valores de sus gentes. Al terminar su discurso, el cual había emocionado a algunos y levantado el ánimo a todos por igual, brindaron por las anfitrionas.
En la mañana siguiente todos se habían ido excepto unos pocos, entre los que se encontraban Gabriel y su esposa, la cual estaba preparando su maleta. Gabriel le contó a Mr. Browne una vieja anecdota de su abuelo, el cual tenía un caballo llamado Johnny que se vio interrumpida por la llegada del coche del propio Mr. Browne, pues se tenía que ir. Gabriel se dio cuenta de que su mujer estaba parada en las escaleras en una extraña posición oyendo algo que él no podía captar. Cuando sus tias regresaron de despedirse de Mr. Browne y cerraron la puerta, Gabriel pidió silencio y obervó que la melodía que escuchaba su mujer era una triste canción tocada por Bartell D'Arcy. Cuando Mary Jane subió las escaleras cerraron el piano de un golpe y todos bajaron y mantuvieron una conversación donde cada uno le daba un consejo para que Mr. D'Arcy se cuidara su catarro y pudiera cantar más la próxima vez, pero Gabriel se fijo que su esposa no intervino en la charla ni una sola vez, tenia los ojos brillosos. Finalmente, antes de despedirse, Gretta se animó a preguntar el nombre de la canción, la cual era 'La joven de Aughrim'.
Ella caminaba delante y Gabriel estaba feliz, solo quería protegerla y cuidarla de todos los males, quería acercarse por detras y susurrarle cosas tontas y tiernas. Gabriel deseaba estar a sola con su esposa en el hotel, que ambos estuvieran desnudos y recordar el cariño que se tenían mutuamente. El final del trayecto al hotel lo hicieron en coche, el cual le costó un chelín. Su mujer se agarró a él y Gabriel se puso feliz, sintiendo como la lujuria recorría su cuerpo y fantaseaba con realizar una aventura junto a ella. Una vez habían llegado a la habitación del hotel guiados por el portero, Gabriel intentó dar comienzo a su plan, pero al notar la cara seria de su esposa y el cansancio que mostraba decidió recular y comenzar una amena conversación. Sin embargo estaba molesto, notaba a su esposa distraida y no sabía si él había hecho algo mal, pero contuvo sus emociones para no alterar más a Gretta. Un segundo más tarde ella lo besó, lo que provocó que Gabriel pensara que su esposa también quería lo mismo que él, por lo que este decidió comenzar a jugar con su pelo y le preguntó que en qué estaba pensando. Al no escuchar respuesta volvió a preguntar y su esposa, llorando, le dijo que solo estaba recordando aquella triste canción y se tumbó en la cama. Gabriel le preguntó el por qué esa canción le hacia llorar, y Gretta le contó que esa melodía la cantaba una persona que ella conocía de cuando vivía en Galway. A Gabriel se le borró la sonrisa de la cara y le preguntó a su esposa si estuvo enamorada de él. Ella no respondió a la pregunta, simplemente le contó que era un dulce chico con quien acostumbraba a salir a pasear y le cantaba esa canción, su nombre era Michael Furey. Cuando le preguntó si él era el motivo de que ella quería regresar a Galway, ella le comunicó que Michael falleció a los diecisiete años de edad, provocando en el corazón de Gabriel unos sentimientos confrontados. Ella le confesó que ambos se sentían muy comodos cuando estaban juntos, y que creía que su muerte fue por su culpa. Le contó que Michael era un hombre que se enfermaba muy amenudo y, cuando esta le confesó que se marcharía a Dublín, esa misma noche él fue a visitarla bajo una fuerte lluvia a su ventana, al cabo de una semana él murió y lo enterraron en Oughterard.
Ella dormía profundamente, mientras tanto Gabriel la miraba, no sabía como sentirse, él apenas había jugado un papel importante en su vida, pues ella ya tuvo una vez un amor más fuerte que el que sentía por él, y dicho amor terminó con Michael dando su vida por ella para poder verla una última vez. Su mente pasó ahora a comprender que dentro de poco tendría que vestirse con un traje de luto, pues su tia Julia era muy mayor, sabía que la tristeza no escaparía de su vida nunca. Lagrimas comenzaron a brotar de sus ojos, se tumbó junto a su mujer y comenzó a sentirse una sombra. Al menos el aire helado que le azotaba la espalda le servía de consuelo. Irlanda entera se estaba cubriendo de nieve.

Dublín

Conoceme

Mi nombre es David Martinez y soy un chico de 18 años que vive en Tudela, localizada en Navarra, España. Entre mis aficiones podemos encontrar la naturaleza, el baloncesto y la mitología entre otras muchas cosas siendo esta ultima la responsable de que haga esta página web, con la intención de dar a conocer las fascinantes historias y personajes que habitan en los libros, sin necesidad que haya mitos en ellos. Además de querer incentivar la lectura, otra mótivo por el cual he creado esta página es para conservar ciertos generos que he notado que están cayendo en el olvido.

Contacta conmigo

Correo electrónico
dmartinser@educacion.navarra.es

Localidad
Tudela, Navarra, España

Teléfono
604765302


Creado por David Martinez.