En esta sección vamos a ver una recopilación de diferentes cuentos populares que son transmitidos entre la población, muchos de ellos son característicos de fechas concretas como puede ser Cuento de Navidad por Charles Dickens, muchos otros son transmitidos en cualquier época del año como El Zapatero y los Duendes de los hermanos Grimm, pero todos ellos han pasado una gran cantidad de tiempo entre nosotros formando nuestra sociedad y enriqueciendo nuestra cultura.
Hoy en día muchos de estos breves relatos estan siendo infravalorados, sobre todo aquellos cuentos que aún no han sido recopilados y solo conocen los ancianos de los pueblos, lo que ya ha provocado que una gran cantidad terminen siendo olvidados por culpa de la indiferencia de los más jovenes en estos asuntos. Por este motivo y para evitar que continúen desapareciendo vamos a obervar una recopilación de diferentes cuentos tradicionales de una gran variedad temática con la intención de despertar al lector un nuevo interes sobre este tipo de relato.
Cuenta la historia que en un pueblo cercano vivía una viuda que había perdido también a su hijo, la mujer llevaba luto riguroso y se pasaba los días yendo al cementerio a llorar su perdida, por ese motivo los habitantes del pueblo la llamaban la Dama Triste. La tarde de Todos los Santos unos pueblerinos encontraron a la Dama Triste en el camino y le preguntaron que a donde iba, la mujer les contesto que iba al cementerio a rezar por el alma de su hijo, los vecinos, horrorizados, le pidieron que no acudiera esa noche, porque en la noche de Todos los Santos suceden cosas extrañas y escalofriantes, que aquellos que iban a los cementerios no volvían, pero la mujer no se dejó convencer y siguió su camino hacia el cementerio.
En el cementerio, como tantos otros días, la mujer se arrodilló a rezar y a llorar durante horas, tantas, que se le hizo de noche y, exhausta, se quedó dormida a los pies de un ciprés. Al punto de las diez de la noche bajó de los cielos el ángel del juicio, que despertó a los muertos y los levantó de sus tumbas, informandoles que tenían hasta las doce de la noche para visitar a todas sus familias y sus viejos hogares. Todos los muertos se levantaron de las tumbas bailando una macabra danza y se dirigieron cada uno a sus casas a ver como estaban los vivos que habían dejado atrás, unos segundos después todos los habitantes del pueblo sintieron un extraño escalofrió cuando las ánimas bajaron por las chimeneas de sus casas.
La noche seguía en un silencio extraño, más allá de la ventana tan solo se oía el sonido de los búhos y del viento, que agitaba furiosamente las ramas de los árboles. Un rato después, unas misteriosas llamas violáceas fueron surgiendo de los tejados de cada una de las casas hasta que todas alzaron el vuelo y se dirigieron de nuevo al cementerio. Una vez de vuelta al cementerio, todos los muertos se dispusieron a comentar lo que habían visto y a traspasar sus quejas al ángel del juicio que les esperaba allí, unos estaban enfadados porque sus mujeres se habían vuelto a casar y ya no pensaban en ellos, otros porque sus hijos se quejaban de que no habían heredado suficiente, en general, la mayoría pensaba que ya no se les respetaba ni se les recordaba. Finalmente habló el último muerto que faltaba por comentar, él explicó que había muerto joven y había dejado a su madre sola en este mundo, pero que esta noche, había ido a su casa y no la había encontrado allí, el ángel lo dirigió hacia el ciprés bajo el cual la pobre mujer aún dormía arrecida de frío. El muerto, enternecido, besó a su madre en la frente y la despertó con su tacto helado, la mujer lo reconoció enseguida y le pidió al ángel del juicio que les dejara estar juntos eternamente.
Al día siguiente, de camino a misa, los vecinos se encontraron a la Dama Triste quieta y fría bajo el ciprés, todos se quedaron horrorizados cuando se dieron cuenta de que estaba muerta, sin duda lo que había visto aquella noche la había aterrorizado hasta morir y, sin embargo, ninguno se percató de la serenidad que mostraba su rostro, la paz de haberse reunido al fin con su hijo...
Cuenta la leyenda que había un hombre que siempre dedicaba su mayor esfuerzo a ser justo y de todo intentaba ser sincero y decir las cosas tal como las pensaba, pues estas eran las mayores virtudes que una persona podía tener según su opinión. Este hombre tuvo un hijo y desde el día en que nació le preocupó enormemente que su hijo fuera a ser tan justo como él, así que empezó a pensar en cómo podría asegurar que así lo fuera. Pidió consejo aquí y allá a sus amigos y familiares, pero cada uno le decía una cosa diferente, hasta que, finalmente, un anciano sabio del pueblo le advirtió que los hijos suelen ser como sus padrinos, y que las virtudes del padrino las hereda el ahijado. Por lo tanto, pronto se le ocurrió al hombre que para que su hijo fuera justo debía tener buen ejemplo, y debía encontrarle un padrino tan justo como él. Como nadie entre sus amigos y su familia le parecía lo suficientemente justo, el hombre partió de viaje buscando a alguien que pudiera ser adecuado, caminó durante días por pueblos, valles y montañas, pero no encontraba a nadie que se ajustar al papel, hasta que una noche, ya casi cuando pensaba que no existiría en el mundo nadie tan justo como él, se le apareció un ánima horrible, con su calavera blanca pelada, las cuencas vacías y envuelta en una mortaja desgarrada portando una guadaña.
- ¿Qué buscáis? - pregunto la extraña aparición.
- Busco un padrino justo para mi hijo - dijo el hombre atemorizado.
- Si alguien justo es lo que buscas, yo me ofrezco a ser padrino de tu hijo, para mí no hay jóvenes ni viejos, ni sabios ni necios, ni ricos ni pobres, yo soy la Muerte y me llevo a todo el mundo por igual.
- Sin duda sois la más justa que me he encontrado en mi largo viaje - Dijo el hombre. – Seréis entonces el padrino de mi hijo.
Pronto bautizaron al niño con grandes fiestas y grandes pompas porque la Muerte no escatimo en gastos ni atenciones, estaba muy satisfecha de ser querida por alguien, ya que siempre es temida y odiada, así que terminado el convite le dijo al hombre.
- Ahora tengo que irme a cumplir con mis obligaciones pero estoy muy contenta por cómo me habéis tratado, ten por seguro que vendré a menudo a ver a mi ahijado, y no le faltará de nada.
Conforme el niño crecía, la Muerte acudía a visitarle y le hacia mimos y carantoñas con sus dedos de esqueleto, y el niño, por la costumbre, se reía y no se asustaba. Eso le enternecía mucho y de tanto cariño que la tenía y de tanto visitarles poco a poco fue haciendo amistad también con el padre. Por eso un día pensando en el futuro de su ahijado que quería que fuera el mejor, le propuso algo al hombre.
- Me da pena que seáis tan pobres y que mi ahijado tenga que conformarse con tan poco, hazte médico, no hace falta que entiendas de males, simplemente cuando acudas a ver un paciente mira si estoy yo a los pies de su cama, si no me ves significa que el enfermo no es de muerte y le darás el jugo de nueve hierbas que ahora te diré, en el caso de que me veas, la muerte está asegurada y te indicare con los dedos cuantos días le quedan por vivir. Como siempre acertaras, pronto tendrás fama y riquezas.
Y así lo hicieron, y de esta forma el hombre prosperó enseguida y le venían a ver de todos los lugares del país. Así fueron pasando los años hasta que un día hicieron llamar al médico desde la corte porque el rey estaba muy enfermo. El hombre acudió confiado a ver al rey en su lecho, y al mirar a sus pies, vio allí a la Muerte que le levantó tres dedos. El médico entendió perfectamente lo que la Muerte le quería decir, pero sin embargo miro los sacos de monedas de oro que le habían ofrecido a cambio de la cura y se sintió tentado, así, le dió al rey el jugo de las nueve hierbas, que eran mágicas y sanaban incluso al enfermo de muerte, y el rey se recuperó. La muerte se enfadó enormemente por la ofensa, pues comprendió que ese hombre ya no era un hombre justo, sino que la avaricia lo había corrompido. Así a los pocos días, acudió de nuevo a visitarle.
- Querido amigo, tantos años hace ya que nos conocemos y tantas veces que os he venido a visitar, pero tu no has venido nunca a mi casa, ven conmigo y te llevare ahora mismo a verla si quieres.
Al médico le dio curiosidad ver como viviría la Muerte y como sería su casa, así que enseguida aceptó la invitación. Ella lo llevó por valles y montañas, por caminos angostos, cruzando ríos y oscuras cuevas, por lugares inhóspitos que sería imposible recordar.
- No sé si sabre volver luego - Iba diciendo el hombre mientras caminaban, pero la muerte todo el rato le contestaba.
- No te preocupes por volver, no te costara nada.
Al fin llegaron a la casa de la Muerte, era un palacio inmenso, tan y tan grande que no lo abarcaba la vista, sin embargo al hombre le sorprendió enormemente que cuando entraron, allí no había ni muebles, ni ventanas, ni criados, tan solo había grandes salas oscuras y tenebrosas repletas de lamparillas de aceite, miles y miles de lamparillas que brillaban con una luz titilante, escasa y siniestra en la penumbra. La Muerte andaba por ese mar de lamparillas sin tocarlas y el hombre la siguió en silencio, observando, había lamparillas que estaban repletas de aceite y su luz brillaba fuerte e intensa, mientras que había otras que apenas con unas gotas estaban a punto de apagarse. El médico, como no entendía lo que estaba viendo, le preguntó a la muerte que era todo aquello.
- Cada lamparilla representa una persona – Le dijo la Muerte. – Mientras la llama quema, la persona vive, si la llama arde fuerte y brillante la persona esta sana, mientras que si la llama parpadea o le cuesta arder, la persona enferma, cuando el aceite se acaba y la lamparilla se apaga, la persona a la cual pertenecía muere.
El hombre siguió andando con curiosidad observando las lamparillas hasta que se topó con una que estaba rebosante de aceite y brillaba con una luz intensa y poderosa, le preguntó a la Muerte.
- ¿De quién es esta lamparilla de aquí?
Y la Muerte le dijo.
- Esa es la lamparilla de tu hijo.
- ¡Vaya! – Se sorprendió el hombre. - Veo que tiene la vida asegurada por muchos años.
Siguió caminando y solo unos pasos más allá otra lamparilla llamó su atención, esta tenía apenas unas gotas de aceite y la llama estaba a punto de apagarse.
- ¿Y esta de aquí de quién es? – Preguntó.
- Esa, es la tuya – Le dijo la Muerte.
El médico se horrorizó y le pidió a la Muerte que le pusiera aceite de cualquier otra lamparilla, que ahora que era rico no quería morir sin haberlo disfrutado. Ante la negativa de la Muerte, el hombre propuso tomar un poquito de aceite de la lamparilla de su hijo, que estaba a rebosar, y ponérsela a la suya. Tan solo era para unos meses, su hijo ni siquiera lo notaría y así podría estar un poco más de tiempo con él para aconsejarle tan justo como era. La Muerte lo miró impasible.
- Tu ya no eres un hombre justo – Le dijo. – Porque has querido quitarle a tu hijo lo suyo para quedártelo tú, suerte que elegiste un padrino justo para tu hijo.
Y en ese momento, la lamparilla se apagó…
Cuenta la leyenda que una vez murió un hombre muy rico al que enterraron en la tumba con todas sus pertenencias más preciadas, el sepulturero, que había sido testigo de ello en el funeral, no podía dejar de pensar que tantas riquezas enterradas en una tumba no hacían servicio a nadie y que a él le vendrían de lo más bien. Por eso alguna vez había intentado abrir esa tumba, pero la losa pesaba demasiado y parecía extrañamente anclada en el suelo, así que no lo había conseguido. Pensando en como podía acceder a esa tumba fue como se le ocurrió, ya que por su oficio conocía decenas de historias de ánimas alrededor del Día de Difuntos, que el Día de Todos los Santos, a las doce de la noche, todas las tumbas se abren para dejar salir a sus propietarios para que visiten a sus familias y, cuando acaba la última campanada, vuelven a cerrarse hasta el año siguiente. Así lo preparó todo y encargó a sus hijos que tocaran ellos campanas a muertos en esa noche, que él no podía, y acudió frente a la tumba a esperar a la media noche. Al sonar de las campanas, la lápida comenzó a deslizarse lentamente, y un aire gélido emergió de la tumba y apagó la lamparilla del sepulturero, sin embargo, movido por la avaricia, el hombre entró precipitadamente y comenzó a palpar a oscuras buscando alguno de esos tesoros. Tocaba aquí y allá pero sin ver nada no lograba encontrar lo que buscaba, y en ese trajín no se dio cuenta de que había dejado de contar las campanadas, y que al sonar la última, la losa de piedra comenzó a deslizarse de nuevo lentamente a su espalda, hasta cerrarse por completo. El hombre, sin saber siquiera lo que había sucedido, cayo inmóvil al suelo y allí se quedo hasta la noche de difuntos del año siguiente.
La familia no supo lo que había sucedido con él, pero a la siguiente víspera de Todos los Santos, a las doce de la noche, alguien llamó a la puerta. Encontraron que era una figura remotamente humana, toda ella verde oscuro, y en su rostro deforme les pareció reconocer los rasgos del desaparecido, ya no era de carne y huesos, sino que se había vuelto completamente de musgo de cementerio, blando, desagradable y con olor a muertos. El hombre de musgo entró a la casa en silencio con pasos lentos y pesados, y se sentó, no hablaba ni parecía respirar, no comía ni dormía, casi no se sabía si estaba vivo o estaba muerto, y un año estuvo así, como una extraña sombra en una esquina, hasta que al caer el sol, la noche de difuntos del año siguiente, se levantó y, de nuevo con pasos lentos y pesados, salió de la casa, andó hasta el cementerio, y tras abrirse la losa a las doce de la noche, se metió dentro y ya jamás volvió a salir…
Mi nombre es David Martinez y soy un chico de 18 años que vive en Tudela, localizada en Navarra, España. Entre mis aficiones podemos encontrar la naturaleza, el baloncesto y la mitología entre otras muchas cosas siendo esta ultima la responsable de que haga esta página web, con la intención de dar a conocer las fascinantes historias y personajes que habitan en los libros, sin necesidad que haya mitos en ellos. Además de querer incentivar la lectura, otra mótivo por el cual he creado esta página es para conservar ciertos generos que he notado que están cayendo en el olvido.
Correo electrónico
dmartinser@educacion.navarra.es
Localidad
Tudela, Navarra, España
Teléfono
604765302